No puedo recordar la última vez que tomé el colectivo un día hábil en este horario. Busco en mi memoria algún recuerdo o imagen que pueda articular como referencia pero la única conexión cercana que encuentro es hacia exactamente un año atrás, encontrándome yo en la misma situación: ‘48 hs de reposo, váyase a su casa De Giorgio’. Uno se siente extraño.
El sol está todavía tan por sobre mi cabeza que se me hace imposible mirarlo de forma directa. Las calles están desiertas excepto por aquellos que tienen la posibilidad de utilizar parte de su jornada para almorzar fuera de sus empleos. La ciudad curiosamente funciona aunque uno esté al margen de esa realidad 5 días a la semana.
De pronto el colectivo se detiene al borde de una plaza. Consecuencia del bullicio que se registra desde la puerta, el viaje comienza por fin a recorrer un camino paralelo al que figura en el itinerario del chofer, un camino interno, que creía olvidado.
Belén es la primera en subir. No sonríe al colectivero pero no por manifestar un dejo de timidez sino que aún no tiene conciencia de la importancia del saludo para el conductor. Pese a haber estado fuera de su casa durante mas de 5 horas, agitados recreos contabilizados, la colita que le hizo su madre en la mañana se mantiene firme como si hubiese sido moldada en yeso. No se maquilla. No tiene celular como el resto de sus compañeritas de clase. No lleva una mochila de 47 Street. Su belleza está despojada de modismos y tendencias, de artilugios distractivos y disfraces de adulta. Es linda en el sentido puro de la palabra, característica hoy preciada por idealistas; reflejada en su simple cabello negro y sus apagados ojos los cuales no necesitan más que el reflejo de la luz del día para funcionar.
Detrás, casi pisándole los talones, Lucas se tropieza al subir el segundo escalón. Se recompone velozmente antes de que Belén detecte el accidente e impostando la voz, le marca al colectivero ‘$1.10… por favor’ a lo que el empleado le sonríe en gesto de solidarización tras el percance. Está agitado. Una línea de humedad es fácilmente detectable en el borde superior de su frente y sus mejillas poseen un color rojizo vergonzosamente difícil de disimular. Su contextura podríamos decir que ‘todavía’ es mediana y en su tosca forma de caminar, deja entrever su conocimiento y consecuente disgusto al respecto. El nudo de su corbata está desalineado lo que produce cierto desequilibrio entre los extremos de la misma, sin embargo el resto de su aspecto es lo suficientemente correcto para no desentonar al lado de cualquier chica promedio de su edad.
Ella habla sobre la clase de un tal ‘Bigotudo’ y el se remite a opinar cada cierta cantidad de oraciones que pareciesen meticulosamente cuantificadas con el fin de no parecer inoportuno al momento de interrumpir. Se encuentra bajo completa hipnosis la cual, debo ser sincero, roba una sonrisa a mi fallida jornada. Si no fuese porque realiza el mismo recorrido todas las mañanas diría que podría pasarse de parada. Está completamente perdido en los aritos dorados de sus orejas, en el único cabello que se revela sobre el modelado peinado, en las pequeñas pecas anaranjadas que rodean su nariz y se multiplicarán logarítmicamente durante la colonia de verano. De repente ella le toma la mano mientras su cara comienza a entumecerse. Falsa alarma. Casi gritando, muy asustada, Belén recuerda que hoy sería ‘pinchada’. Viene escapando de una vacuna desde hace ya dos semanas en las cuales no se encontraba en la ciudad (‘En casa’, fueron sus palabras) y debía aplicarse de manera obligatoria, comentario que me situó de nuevo en el lugar de espectador dentro del transporte. Como un fundido sonoro planificado, el sonido gaseoso de la puerta hidráulica indica que otro contingente escolar nos hará compañía. Son Andrea y sus amigas, aunque luego de ver su cabello enrulado seco y recogido en un rodete por sobre su nuca, su pollera mas corta que la del resto de sus amigas, su delgadez y sorprendente altura para una niña de su edad pasó a ser identificada por mí como ‘Andrea y sus secuaces’.
Al verlas, la expresión de Lucas cambia. La sonrisa y atención que postulaba hacia su acompañante de viaje se desvanecen en un segundo y alejando su brazo sujetado por Belén, se corre hacia un costado muy cerca mío, casi desapercibido entre la gran masa de uniformes azules.
- ¿No estás muy contento no? – alcanza a decirle Belén antes de que las otras niñas formen alrededor de ella un círculo capaz de asfixiar a cualquier individuo en la lucha por forjar su propia personalidad fuera de la mirada enjuiciadora del resto.
El no la culpa, sabe que no tiene derecho por sobre ella y entiende también que lo contempla no pudiendo, dada la falta de seguridad en sí misma, canalizar su atención por fuera del cerrojo pre-adolescente. Una especie de marca personal, caracterizada por la mezcla de aromas pertenecientes a los perfumes extranjeros robados a sus madres.
Lucas mira ya desde otra realidad, como si por un momento compartiéramos la misma sensación de sentirnos fuera de la pista. Somos compinches ahora.
- Hey. No te preocupes por eso – le digo.
No se si fue la fiebre o tan solo el lugar común de rememorar situaciones análogas de mi niñez pero sentí la necesidad de llamar su atención. El me miró confuso.
- Ella piensa en vos. Cuidala, es una muy linda chica.
Solo se animó a asentar con la cabeza. No creo que hubiese podido hablarme si lo hubiese intentado, fue más que suficiente. El, un niño de unos 12 años regresando de una clase de Historia tal vez, despreocupado por el borde de su camisa fuera del pantalón, deseoso de conseguir un asiento al lado de su pretendiente. Yo, zapatos de cuero en punta, chalina negra al cuello sujeta por un soberbio nudo, parado contra la ventana levemente abierta para no abusar de los beneficios del viento en mi cara.
Belén llamó a Lucas mientras se despedía de sus compañeras. Han llegado a la parada que ambos tienen en común. Fiel a su torpeza, amaga con pisar uno de mis zapatos, pero solamente lo roza. Yo lo miro fijamente y apoyo suavemente mi suela sobre su pantalón gris a la altura de sus gemelos. El no comprende esos códigos pero algún día lo hará.
El colectivo sigue su rumbo en dirección hacia la estación mientras los dos niños emprenden su camino a la par hacia sus respectivas casas. Me pregunto si Lucas se animará a decirle a Belén lo que siente por ella. Ojalá que así sea.
3 Response to Lunchera para el break.
Suelo leer tus posteos, pero no comentarlos y como te dije varias veces, no son de mi agrado, aunque no dejen de ser buenos.
Pero ante este ultimo me saco el sombrero...
Cada dia te quiero mas!
... quiero saber si esto ocurrió en serio. Es muy lindo escrito, Lu...
Tal cual lo relato. Bueno... "tal cual".
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