Es algo desmotivante caer rendido sobre la cama sabiendo que lo primero que escuches en la mañana será ese horrible sonido del celular. Prenderás el equipo solo para despabilarte, primero intentando hacerlo fallidamente desde el control remoto y luego, con éxito, manoteando el botón de encendido desde la central, a unos casi imposibles 5 centímetros más que la longitud de tu brazo. Exactamente un minuto después, casi con los ojos cerrados, al borde de regresar a aquel profundo sueño, el segundo aviso te sacará de la cama. Un despertar traicionero que oculto tras el inevitable malestar que nos produce el descubrir que un nuevo día laboral ha comenzado, nos intenta distraer en el preparado del desayuno o las peleas por el orden de la ducha. Pero no tardamos en reconocer que no fue el Sol quien dilató nuestras pupilas o el reproductor de CD’s, previamente programado a volumen 30, nivel suficiente para perder el primer tren entre bailes sobre pies descalzos y cantos repudiados por los vecinos. La mañana es producto del desenfado de un celular que ausenta por primera vez en la semana‘su’ voz del otro lado de la línea. En su lugar solo podrá defenderse con un ahora detestable pitido, el cual nos remite a los días donde no sabíamos que ella existía en nuestras vidas. Donde éramos felices con muy poco y las emociones pasaban por las series de medianoche. Pero es tarde para lamentos diurnos. Ella convirtió en ajena la responsabilidad que tuvo en sus manos al levantar ese teléfono cada mañana y relatarnos desde algun lejano punto de la ciudad, las historias de fantasía mas dulces y atrapantes que alguna vez escuchamos de pequeños.
Un amanecer, cometió el error mas sincero, no por eso menos doloroso y perdonable. No quiso leernos el cierre de aquel relato, el cual nos mantuvo prisioneros del teléfono durante muchos días, con la excusa de no tener un final felíz. Decía que tal penoso desenlace podría haber sido el causante de una influyente reacción en cadena que arruinaría el resto de nuestro día hasta que éste se hundiera en la oscuridad del atardecer donde, solos, no tenemos forma de encontrar el camino de regreso a la pasividad de nuestro obsesivo orden.
Si me pregunta, yo creo que no había tal final. Quizá aún no estaba escrito y la simple incertidumbre de no tener el poder para conocer el destino de los protagonistas hasta no estar plasmado en una hoja la aterrorizó… y decidió huir.
Una vez más las mañanas nos enseñan que son el secreto detrás de la sonrisa eterna de muchas personas. Aquellas de las cuales tantas veces me pregunté cómo soportan el calor debajo de la tierra en aquellas enormes orugas de metal o el atraso del vergonzosamente ineficiente servicio ferroviario. Las que aún llegando fuera de horario a sus oficinas, se toman el tiempo para fumar un cigarro en la puerta.
7:30 AM – ¡Pip!
7:31 AM – ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiip!