Un arito que alguna vez encontré tirado bajo mi cama y nunca fue recuperarado bajo el lema de “lo que cae, queda donde cae” (Tan pequeño, tan simple y delicado que pensaba estaría destinado a alguna gorra o campera), un llavero donde dos animales se abrazan y demuestran su amor mientras extrañan unas llaves que jamás volverán a usarse, una foto en mi Facebook (Por si no les quedó claro que cuando yo digo que limpio… “LIMPIO”) que cayó en la papelera bajo la excusa de “estoy muy cambiado, es mejor sacarla”), un chupetín en insólito estado de descomposición, aquel cuadro de base debil con dos fotos que no rendían el honor que se merecía aquel otro sentimiento…
Pero el objeto que más protagonismo tomó en la tarde del sábado (Hermoso e ideal día para hacer una limpieza de cuarto y alma) fue una foto con la cual me topaba con, puedo decir, amena regularidad. Ojo, no peco de orgulloso o superado al decirlo sino que reconozco haber vivido una considerable cantidad de penas y haber superado suficientes raspaduras fisicosentimentales (La palabra “somatización” es visita frecuente en mis oraciones luego de una ruptura) para poder mantener esa imagen a la vista por sobre otros objetos en uno de los cajones mas recurridos de mi cuarto. No fue una carga netamente emocional el motivo del deshecho, sino una cuestión de “no necesidad”. No necesidad de que ocupara espacio en el segundo cajón. No necesidad de que esté ahí. Después de todo pasaron 4 años ya y hay elementos que pierden su esencia con el paso del tiempo aunque se encuentren en perfectas condiciones. No cumplía función. Desde que fuera recuperado en algún antiguo álbum de fotos para mi sorpresa, estuvo allí, inerte. Solo una noche a su pesar, la primera, la del impacto superficial. Recuerdos del momento. Pero fue una noche. Luego se convirtió en un papel que permaneció allí por varios meses esperando que llegue el momento de decir: “¿Y esto para que lo uso?” Para nada.
Un doblés, dos, no puedo romperla con la mano, desdoblo una vez y ahora sí, directo al tacho. Sin pensarlo dos veces. Era el momento, ni antes ni después. No basta con cerrar una puerta. Hay que olvidarse el camino que te lleva a ella.
Volvió Victoria...
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